Las situaciones de desavenencias matrimoniales son evidentemente muy perjudiciales para el desarrollo armónico del niño, pero también es cierto que en la actualidad muchas separaciones se producen sin que el niño haya presenciado escenas terribles o continuas discusiones en el matrimonio.

 

Cuando no existe un mutuo acuerdo y una de las partes sufre, lo que sucede en un porcentaje altísimo, los niños pasan a ser al principio, objeto de las mejores intenciones para que no sufran. Pero, a lo largo del proceso de separación las cosas se van complicando y, la mayoría de las veces se entabla una batalla cuyo epicentro suelen ser los hijos y es cuando el niño comienza a sufrir no tanto por la separación en sí, como por las desavenencias paternas.

 

Es por ello básico que el niño establezca una buena relación con uno de los progenitores, pero esto suele ser difícil porque estos están tratando de salir de una situación frustrante y se preocupan por ellos mismos, simplemente de una forma instintiva y para sobrevivir.

 

Los efectos varían según la edad de los niños. Las reacciones principales se basan en la ansiedad que en los niños pequeños con dificultades para manifestarla, de 2 a 5 años se traducen en: quejas hipocondriacas (dolores de cabeza, abdominales, vómitos), insomnio, miedo a estar solo, conductas regresivas, problemas en el comportamiento, conductas de apego físico (se convierten en la sombra de la madre), hiperactividad, agresividad, etc.

 

En los niños algo mayores de 5 a 9 años, puede darse otras pautas de comportamiento. En el fondo en estos niños ya más mayores siempre subyace la fantasía de que pueden hacer que sus padres vuelvan a estar juntos, y a veces sus comportamientos, son llamadas claras de atención. Encontramos: tristeza, llanto, rebelión, síntomas psicosomáticos, culpa, idealización del padre ausente, a veces rivalidad o agresividad hacia el padre que tiene la custodia, disminución de la autoestima, fracaso escolar, etc.

 

A partir de los 9 años y hasta la adolescencia se da: renuncia a hablar del problema, intensa ira contra uno o ambos padres, deterioro en las relaciones con sus compañeros, acercamiento al alcohol, drogas, etc. exceso de madurez (niño varón que se siente responsable de su flia), fracaso escolar o descenso en el rendimiento, agresividad, etc.

 

Cualquiera de estos síntomas enmascaran la tristeza que siente el niño pero son manifestaciones claras de su dolor.

 

Es imprescindible que los padres dialoguen con sus hijos desde el principio, preferentemente ambos juntos, de modo que el niño vea que a pesar de que sus papás se separan, el/ella sigue siendo lo principal en sus vidas y que su amor no va a cambiar, seguirá siendo incondicional.