Este domingo 26 de abril – 4º de Cuaresma está dedicado a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Recordamos que en la Diócesis de Reconquista, todo este año está dedicado al tema. Tiempo atrás el Obispo Angel Macín hizo conocer una carta referida al tema.

 

La compartimos:

 

“Llamó a los que Él quiso” (Mc 3,13)

 

Meses atrás, al comenzar la cuaresma y mediante la Carta Pastoral “Llamado, Despojo y Envío”, los invitaba a asumir una profunda actitud de escucha de la Palabra, sugerencia que renuevo fervientemente. Ahora les propongo profundizar en el primero de los términos: el llamado, como misterio del amor de Dios. “Llamó a los que Él quiso” significa que, en el principio de nuestra vida, existe un profundo misterio de amor. Esa fue la certeza más clara que compartimos en la última Asamblea Diocesana.

 

 

Mientras seguimos buscando juntos los senderos más apropiados para caminar, despojándonos de aquello que nos sobra o nos molesta, y llevar la alegría del Evangelio a todos los rincones de la Diócesis, me parece indispensable que profundicemos en nuestra posición fundamental, en nuestro punto de apoyo más firme: es Jesús quien nos llama y es Jesús quien nos envía. Toda iniciativa pastoral deberá recomenzar siempre y en cada circunstancia desde esta convicción. Para disponer del tiempo necesario para afianzar esta certeza convoco a un “Año Vocacional Diocesano”, a iniciarse el 19 de Marzo de 2015, solemnidad de San José, Patrono de la Diócesis y que concluirá el 27 de Diciembre de 2015, con la fiesta de San Juan Evangelista, segundo patrono de nuestra querida Iglesia Particular.

 

 

El llamado, un estilo de vida

 

Hablar de vocación parece antiguo, arcaico, pasado de moda. Sin embargo, releyendo la Palabra, nos encontramos con su novedad permanente. Nuestra identidad consiste en haber sido llamados, en haber escuchado la voz de Jesús, quien ha pronunciado nuestro nombre y nos ha mirado con predilección, según nos recuerda el cuarto evangelio:“No son ustedes los que me eligieron, sino yo quien los eligió a ustedes, y los he destinado para que den frutos, y esos frutos permanezcan” (Jn 15,16-18).

 

 

La vocación, queridos hermanos, es nuestra documento de identidad. Es reflejo de nuestra condición más honda. Es el fundamento de nuestra vida, de nuestra existencia. Es la raíz de nuestra comunión, ya que la palabra Iglesia, ekklesía en griego, debe traducirse como “los que son convocados”, “los que son llamados” a formar una asamblea, una comunidad, una sola cosa en Cristo. Y a testimoniar su presencia.

 

 

Casi sin darnos cuenta, muchas veces invertimos las cosas y nos ponemos nosotros en el primer lugar, nos creemos propietarios, dueños del espacio que ocupamos y del servicio que prestamos. Cuando es todo al revés. Fuimos llamados a la vida. Fuimos llamados a vivir en un lugar geográfico determinado, en una familia, en una comunidad. Somos llamados a la fe. Somos llamados a formar parte de la Iglesia. Somos llamados a una misión, a ser parte de un proyecto de amor de Dios.

 

 

Es urgente que podamos recrear en nuestras comunidades una nueva cultura vocacional, que nos ayude a ocupar el lugar que realmente nos corresponde, que nos ponga de cara al Padre, que nos identifique más plenamente con Jesús y nos conduzca a escuchar su voz, que nos mueva a dejarnos iluminar por la luz del Espíritu para discernir su voluntad. En este sentido, el llamado no es solamente una cuestión de la cual tenemos que ocuparnos en una etapa de la vida. Tiene que ser una actitud permanente, un modo de ser del cristiano, un estilo de vida.

 

 

La vida consagrada, testimonio vivo del estilo de Jesús

 

El Año Vocacional Diocesano se inscribe en el marco más universal del año dedicado a la Vida Consagrada en la Iglesia. Lejos de ser una distracción para esta iniciativa, quiero que sea una oportunidad para redescubrir más hondamente el lugar que ocupa la vida consagrada en la Iglesia y cuál es su aporte a la vida diocesana.

 

 

Desde sus inicios, y aún antes, nuestra diócesis ha sido marcada por la presencia y la labor pastoral de diferentes órdenes y congregaciones religiosas, a las cuales expresamos nuestra gratitud más sincera y nuestro reconocimiento.

 

 

Los religiosos y las religiosas, que tanto han sembrado en la rica historia de nuestra diócesis, son un testimonio elocuente del llamado del Señor y de la respuesta incondicional a ese llamado. En ellos se percibe con claridad que su vida ha sido transformada a partir de la irrupción del amor de Dios en su camino. El llamado ha cambiado sus proyectos y los ha colocado en la senda de la entrega y del servicio. Sin su sí generoso y entusiasta, no hubiera sido posible que la semilla del evangelio llegara a nuestras tierras y germinara en nuestros corazones.

 

 

La vocación, un estilo de vida que se aprende en la familia

 

 

El año vocacional al que estoy convocando también se inscribe en un tiempo muy especial para las familias. La Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma en Octubre pasado y la próxima Asamblea Ordinaria, a celebrarse en 2015, han puesto la realidad de la familia en el centro de la preocupación de la Iglesia. Y ocupará nuestra atención durante estos próximos tiempos.

 

 

Creo que estamos viviendo un momento más que oportuno para preguntarnos sobre el proyecto de Dios sobre la familia, uno de los ámbitos específicos de la realización de la vocación laical. La formación de una familia no responde solamente a una cuestión natural, cultural o sociológica. Para quienes creemos en Jesús, la familia es fruto de un llamado, es consecuencia de un proyecto, de un sueño de Dios sobre las personas; es un modo concreto para vivir el seguimiento de Jesús. Es un punto de partida, desde el cual la vocación bautismal, la vocación laical, se proyecta hacia la sociedad toda, buscando transformarla hasta que pueda alcanzar su plenitud en Cristo.

 

 

La familia es también el espacio donde los chicos y los jóvenes se van formando en una cultura vocacional, en la conciencia que la vida les viene dada gratuitamente y que corresponde preguntarle a Dios respecto del modo de realizarla. No son los hijos quienes deciden el futuro a su antojo, dejándose guiar por la simple conveniencia del momento, o por la inercia de quien sencillamente se deja arrastrar por la vida. Tampoco a los padres les corresponde imponer a sus hijos tal o cual camino, esta o aquella profesión, sea explícitamente o por medio de las más variadas estrategias. Generar una cultura vocacional en la familia no es transmitir a los hijos deseos frustrados, no es sobrecargarlos con aquello que nos puede entusiasmar en un momento determinado o que nos gusta a nosotros, no es condicionar el afecto a lo que ellos vayan a decidir. El futuro de la vida de un joven ya está presente en el corazón de Dios y solamente la intimidad con Dios puede revelarnos ese secreto para nuestra felicidad.

 

 

Cada familia, desde su realidad, con sus luchas y sus dificultades, puede ofrecer este hermoso regalo a los más jóvenes, poniéndolos en una posición de escucha, siguiendo la sabiduría del viejo Elí, quien aconsejó al joven Samuel con estas palabras: “Si escuchas que te llaman otra vez, responde: habla Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,9). A los padres, a los abuelos, a los tíos y tías, a los padrinos y madrinas de bautismo y de confirmación, a los catequistas, los invito a aprender y a asumir esta antigua actitud sapiencial, que consiste en ayudar a los jóvenes a cultivar el silencio y la escucha, ámbito propicio para que resuene la Palabra, que llama y envía.

 

 

La belleza de la vocación sacerdotal

 

Recordando el testimonio magnífico de Samuel, gran profeta del Antiguo Testamento, no podemos dejar pasar una oportunidad así sin dejar de fomentar intensamente en nuestras comunidades la vocación al sacerdocio. Esta es una tarea de toda la comunidad. En primer lugar del Obispo y de los sacerdotes. Nosotros, queridos hermanos sacerdotes, estamos llamados a renovar nuestra vida y nuestra entrega, y a testimoniar la belleza de la vocación sacerdotal, la alegría de haber sido llamados y también a mostrar que es posible una respuesta sencilla y generosa.

 

 

Ahora bien, siendo una tarea principal de los sacerdotes, esta es una misión encomendada a toda la Iglesia: “rueguen al dueño de los sembrados que envíe operarios para la cosecha” (Lc 10,2). Comenzando por la oración y siguiendo por otras iniciativas concretas, no dejemos de mostrar y de presentar a la comunidad el sobrio esplendor de la vocación sacerdotal, según las palabras del Eclesiástico en su homenaje al Sumo Sacerdote Simón, Hijo de Onías: “Qué glorioso era, rodeado de su pueblo, cuando salía detrás del velo!(Eclo 50,5). Es conmovedora la descripción litúrgica de la identidad más honda del sacerdote: aquel que está y que vive entre Dios y su pueblo.

 

 

Habiendo subrayado el valor y la sobria belleza de la vocación sacerdotal, les escribo especialmente a ustedes, queridos jóvenes: no dejen de considerar esta posibilidad en sus vidas. La diócesis necesita de sacerdotes. Y es seguro que Dios sigue llamando. Por eso, no se limiten a considerar solamente aquello que les propone su entorno. Anímense a preguntarle a Dios que quiere de ustedes. No se dejen engañar por innumerables voces que afirman que el sacerdocio está en extinción o que no vale la pena tenerlo en cuenta, porque es un camino de frustración y de amargura. Con sencillez de corazón, observen más bien aquellas figuras sacerdotales luminosas, que aún en medio de sus limitaciones y debilidades, viven la alegría su condición de ministros del Señor.

 

 

Conclusión

 

Sin llamado, sin escucha, sin docilidad no hay misión. No hay Iglesia en salida. No hay quien anuncie la alegría del evangelio. Estamos en camino, con el ardiente deseo de ser una Iglesia abierta y misionera, profética y servidora. Para poder lograrlo, tenemos que volver a las fuentes, o mejor, a la única fuente de aguas frescas y seguras: Jesucristo. Él sigue amando y sigue llamando a los que Él quiere, a los que Él ama, para asociarlos a su misión de anunciar que el Reino de Dios está cerca.

 

 

Partiendo de esta premisa, nuestra tarea debe ser concreta y permanente. Los ancianos y enfermos ya nos están ayudando con su oración y su dolor ofrecido. El Equipo de Pastoral Vocacional Diocesano pronto les hará llegar algunas sugerencias prácticas para hacer más efectivo y provechoso este tiempo en las parroquias, en las capillas, en los distintos grupos y movimientos. Cada comunidad podrá discernir y ensayar sus propias iniciativas. Lo importante es que podamos crear un ambiente de escucha y de respuesta generosa.

 

 

Con la certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo y con la confianza puesta en la maternal intercesión de María, Madre Inmaculada, los saludo afectuosamente en Jesucristo y les deseo a todos y a cada uno una feliz navidad y un fecundo año nuevo vocacional!

 

 

Mons. Ángel José Macín, Obispo de Reconquista