En su primer discurso le pidió a los jóvenes que «hagan lío» y a todos que no lo dejen solo y lo acompañen en este camino que comienza a recorrer. En su primer discurso causó mucha emoción y la gente aplaudió de pie sus palabras.

 

Queridos hermanos y amigos, hoy es un día de gozo y de fiesta para nuestra Diócesis de Reconquista. Como iglesia nos alegramos con el don de la fe, por el testimonio creyente de tantos cristianos que han gastado su vida por el anuncio del reino.

 

Siguiendo la huella de quien fuera nuestro primer obispo diocesano, Monseñor Juan José Irirarte, una figura que crece y se hace más luminosa a medida que pasa el tiempo, agradezco a Dios el haberme asociado al grupo de los apóstoles para servir a todos con alegría. El episcopado, lejos de ser un privilegio, es un llamado a una mayor intimidad con Jesús, a ser más discípulo, para servir con mayor dedicación a nuestros hermanos.

 

Siento que hoy Jesús pasó nuevamente cerca de mí. Estaba arreglando las redes en la barca, me miró fijamente a los ojos y me dijo: “sígueme, te haré pescador de hombres.”. Definitivamente Jesús, quiero dejarlo todo y seguirte.

 

Agradezco a la iglesia, al querido Papa Francisco, quien ha confiado en mí y con este gesto, confirma la vida y el camino pastoral recorrido por nuestra Diócesis.

 

Agradezco a su representante, el señor Nuncio Apostólico aquí presente, por acompañarme con sabiduría y afecto en este tiempo. Y por asegurarme su cercanía, en la nueva etapa que estamos comenzando como Diócesis.

 

Gracias a Monseñor Ramón Alfredo Dus, quien presidió la primera parte de esta celebración eucarística, y me confirió el orden episcopal, expresando así de un modo visible la sucesión apostólica en nuestra iglesia particular. Gracias querido Ramón, por tu confianza.

 

Gracias a usted, Monseñor Sigampa, quien siendo Obispo de Reconquista, me ordenó sacerdote y encendió en mí, la pasión por la palabra de Dios.

 

Y a usted, estimado Monseñor José María Arancedo, quién estuvo cerca en este tiempo que me tocó como administrador diocesano, pudiendo descubrir en usted, a una gran personal y un gran pastor de nuestra patria.

 

Agradezco la presencia de los obispos que me acompañan, por este gesto de cercanía, de fraternidad y de afecto sincero. Los abrazo, agradecidos a cada uno de ustedes aquí presentes. En especial, quiero nombrar a Monseñor Juan Rubén Martínez, mi formador durante siete años en Resistencia, y tercer obispo de esta diócesis.

 

A Monseñor Andrés Stanovnik, cuarto obispo, quien con su testimonio y su ministerio, fue ayudándome a madurar mi entrega sacerdotal, y a quien recordamos con gran cariño.

 

Un agradecimiento a todos los sacerdotes, religiosas y religiosos y a los laicos que hay venido de diferentes lugares, especialmente de la región del nordeste argentino, de nuestro querido NEA, para compartir esta alegría que siento es de todos.

 

Quiero dedicar un párrafo especial al Seminario Interdiocesano «La Encarnación», corazón de la Iglesia Regional, donde fui formado para esta misión que el señor hoy me encomienda, donde fui madurando mi vocación y mi amor por la iglesia. Donde aprendí el valor por la fraternidad sacerdotal. Donde descubrí que el fundamento de la vida sacerdotal es la caridad pastoral, esto es, la entrega generosa de la vida por amor a Jesús y a la gente, y en esto está el secreto de nuestra felicidad.

 

Gracias a mi familia aquí presente. A mi mamá Doña Elvira que hace poquito cumplió 80 años. Que me cuidó y mucho desde su vientre para que pudiera nacer, según me contaba estos días. A mis hermanos, cuñados, sobrinos. A mi familia grande, a todos ellos por acompañarme siempre en este camino y por apoyarme incondicionalmente en los diferentes momentos de mi vida.

 

También mi gratitud a mi papá Ignacio y a mi sobrino Juani, que me cuidan desde el cielo.

 

A las autoridades civiles y de seguridad que han venido a saludarme y que me acompañan en esta celebración, como muestra de amistad institucional. En especial, la presencia del Director para el Culto Católico de la Nación, Dr. Luis Saguier, por el esfuerzo de estar aquí y en Rafaela en la toma de posesión de mi hermano mayor, Monseñor José Luis Fernández.

 

A los hermanos y pastores de otras confesiones cristianas, con quienes venimos recorriendo un hermoso camino de diálogo y fraternidad. Y que queremos que continúe de esta forma bendecidos por el señor.

 

A la prensa por el trabajo precioso de difundir este evento, de modo que pueda llegar a la mayor cantidad de gente posible. Y a todos quienes prepararon esta fiesta y esta celebración, que es un momento histórico y memorable, en nuestra diócesis.

 

Finalmente, me dirijo a ustedes hermanos y hermanas, de la diócesis de Reconquista, la iglesia que hoy me ha sido confiada. A los que están aquí presentes y a los que nos siguen por los medios de comunicación.

 

A ustedes, queridos sacerdotes, compañeros de camino: cuando dije que sí a esta misión, pensé inmediatamente en ustedes; el rostro de cada uno vino a mi mente, la experiencia compartida, la certeza de su sincera fraternidad y corresponsabilidad me animaron a aceptar este desafío. Los necesito más que nunca, no podría ser obispo sin ustedes.

 

A ustedes, religiosos y religiosas, signo definitivo de la presencia del Reino entre nosotros. Su presencia nos enriquece y nos interpela. No podríamos caminar sin ustedes en la Diócesis.

 

Y a todos ustedes, queridos hermanos laicos, nuestra iglesia nació con una impronta laical, a la luz del Concilio Vaticano II, hoy más que ayer son indispensables para la vida de la iglesia y la evangelización, como protagonistas en la tarea pastoral y como testigos entusiastas del reino en los diferentes ambientes.

 

Decía Monseñor Arancedo pocos meses atrás: “ustedes son la iglesia y el mundo los necesita”. Confío en ustedes, especialmente en los jóvenes. Queridos chicos y chicas, la Diócesis necesita de su presencia, de su alegría, de su entusiasmo. La Diócesis necesita que hagan lío, un lío que nos movilice para un renovado anuncio del evangelio.

 

Soy consciente de mi debilidad, pero confío profundamente en la gracia de aquel que me llamó para poder vivir en el servicio y en la entrega generosa, cuidando especialmente a los más desprotegidos y a los más pobres.

 

Me consagro a María Santísima la Inmaculada, la pura y limpia Madre de Itatí, que ella desde su santuario a orillas del Paraná, nos cuide y nos proteja a todos.

 

Queridos hermanos y amigos, sólo le pido unas cosa: no me dejen sólo. Con ustedes, con su oración, con su protagonismo, con su corresponsabilidad, estoy dispuesto a dar la vida por la Iglesia particular de Reconquista, la que me dio todo lo que tengo y lo que soy.

 

Gracias por estar y compartir este momento de gracia. Dios los colme con su paz y con su bendición. Los quiero mucho, entrañablemente.

 

Reconquista.com.ar